El día 22 de agosto tuve el privilegio de asistir a la función en el teatro Solís donde tocó la Filarmónica de Israel dirigida por el Maestro Zubin Mehta. No quisiera exagerar, pero realmente presenciamos un espectáculo distinto. La calidad de cada ejecutante, la calidad de la entera orquesta, la calidad de su director, todo, absolutamente todo en un nivel como debe ser. Menos de eso es "sub standard". Veamos: no estoy diciendo que escuchamos una orquesta más y por lo tanto todas deben sonar así. Estoy refiriéndome a otra cosa. Estoy refiriéndome a que así deben ser las cosas. Lo que ocurrió en el Solís no debería ser extraordinario. Ni Strauss ni Beethoven escribieron sus obras para que fueran interpretadas de otra forma ni nosotros, el público, deberíamos admitir que se las interpretara de otra forma. Pero yendo al grano: con quienes me acompañaron y con todos los amigos y conocidos que me encontré hubo un comentario unánime: jamás habíamos escuchado una versión de nuestro Himno Nacional tan notablemente ejecutada. Realmente fue una emoción indescriptible descubrir toda la belleza y fuerza de nuestro Himno la que nos fue regalada por... cientoveintiún israelíes y un indio! Vamos, que en Israel no se toca en cada festividad o acto oficial el Himno Nacional Uruguayo, por lo que presumo que esta formidable orquesta de profesionales de verdad no lo debe haber ensayado cientos de veces. Ahora, los defensores de la mediocridad nacional saldrán a dar las mil excusas que nunca faltan para justificar que ninguna orquesta uruguaya haya logrado esa calidad interpretativa de nuestro Himno Nacional (no estoy hablando del resto del repertorio porque sonaría abusador). La verdad es apabullante: unos profesionales enamorados de la música nos permitieron escuchar una versión de nuestro Himno Nacional como nunca jamás habíamos escuchado antes, y en mi caso eso significa sesenta años. Algo tengo por seguro: esa orquesta y ese director en algún momento enterraron bien enterrado el "excusómetro" y el resultado está a la vista.
Extraña lección, verdad?
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